jueves, 26 de julio de 2012

la historia real de Atooma, que nació en Sudán en 1956

Esclavitud de ayer, esclavos de hoy

"Nací siendo esclava. Mi madre y mi padre eran esclavos de una familia y sus padres fueron también esclavos de la misma familia. Desde que fui lo suficientemente mayor como para poder andar, he estado forzada a trabajar todo el día para ellos. Nunca teníamos días libres. Trabajábamos incluso aunque estuviéramos enfermos". Este relato parece sacado de una crónica de la esclavitud norteamericana del siglo XVIII. Sin embargo, es la historia real de Atooma, que nació en Sudán en 1956, y narra sus recuerdos en Jartum, la capital del país.


Cuando no era más que una niña, empezó a ocuparse del trabajo de su madre, cuidando de la primera esposa del cabeza de familia y de sus quince hijos. "Cada día, a las cinco de la mañana, tenía que prepararles el desayuno. Primero iba al mercado para hacer la compra. Incluso antes, buscaba agua y leña para hacer el fuego, porque por entonces no existían las comodidades que hay hoy en día", recuerda con pesar.


"Tenía que cocinar todas las comidas, lavar su ropa y cuidar de los niños. Incluso si uno de mis propios hijos estaba herido o en peligro, no podía atreverme a ayudarle porque tenía que vigilar en primer lugar a los hijos de la esposa de mi amo. Si no lo hacía así, me pegaban. Me pegaban muy a menudo, con un palo de madera o un cinturón de piel". Atooma consiguió escapar de la propiedad donde había transcurrido toda su vida y llegar, después de muchas vicisitudes, a la capital. Ella, como muchos otros, esperaba poder mejorar sus condiciones de vida y conseguir un empleo que le permitiera mantenerse dignamente. La realidad fue muy diferente a como ella la imaginaba en los escasos momentos en los que podía dedicarse a pensar en sí misma.


En algunos medios se señala que el principal objetivo de las incursiones de las tribus árabes de Darfur y Kordofan, -los baggara-, en las tierras habitadas por los denka del norte de Bahr el-Ghazal y Abyel es el robo de ganado. Si bien los baggara se apoderan de los animales que se encuentran a su paso, su principal objetivo es la captura de quienes los custodian y que constituyen la principal fuente de riqueza. Todo ello aderezado con un componente ideológico: el gobierno les apoya y les proporciona armas porque los denka, supuestamente, apoyan al Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA, en sus siglas en ingles). Las razzias, principalmente de mujeres y niños, no han dejado de producirse desde entonces y se cuentan por miles los habitantes de esas zonas desplazados hacia el norte para servir a sus habitantes. Diez años después del comienzo de la segunda guerra civil sudanesa, se estimaban en unos 14.000 el número de hombres, mujeres y niños denka capturados.


Gracias a Atooma se sabe que hay esclavos que logran escapar de sus amos y llegar hasta la capital, donde piensan que no existe la esclavitud y podrán ganarse la vida con un trabajo libre y remunerado. Nada más lejos de la realidad. En la capital, si son hombres, los esclavos trabajan en los negocios de sus amos. Si son mujeres, en el interior de sus casas, y lo único que reciben a cambio es un rincón donde dormir. A veces hasta un jergón, un plato de comida y algo con que cubrir sus cuerpos. En muy raras ocasiones, unas pocas monedas.


La situación de las mujeres esclavas es aún más extrema que la de los hombres. La mayoría, en cuanto alcanzan la pubertad, pasan a ser concubinas de su amo. Al alcanzar la mayoría de edad se acogen a las leyes abolicionistas que les permiten obtener la manumisión, pero deberán dejar el hogar de sus amos abandonando a sus hijos. éstos, además de ser de su propiedad, son hijos naturales suyos y el amo siempre puede hacer valer este derecho que prima sobre cualquier otro.


En el caso de que no hayan pasado a ser esclavas sexuales de ningún miembro de la familia, ni tengan hijos, tendrán más fácil el camino hacia la libertad. Una vez en la calle, el trabajo que ellas saben realizar ya está cubierto por las esclavas domésticas. Nadie les va a pagar por lo que otras hacen gratis. La única salida que les queda es ejercer la prostitución. Esta fue la única posibilidad de sobrevivir que encontró Atooma nada más llegar a Jartum. Sin embargo, tuvo suerte y conoció a alguien que la puso bajo la protección de una ONG. Actualmente, vive en un campo de refugiados a las afueras de la capital, ha aprendido a leer y a escribir y hace trabajos de artesanía que comercializa a través de la propia organización que la acoge.


Paseando por las calles de Jartum se puede distinguir perfectamente a aquellas personas que están sometidas a la esclavitud, sus ropas son andrajosas y muy raramente llevan algún tipo de calzado. Siempre están atareadas y no se paran a charlar animadamente en cualquier esquina, saben que tienen poco tiempo para llevar a cabo las tareas que les han encomendado y que un retraso puede suponer un castigo.


Verdaderamente conmovedor...
Saludos Profe Dany




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